Luis M. Pescetti (ant.), La Mona Risa, México: Alfaguara, 2000.
La lectura de La Mona Risa marca el inicio de mi reencuentro con los libros, del tiempo que me obligo a obsequiarme para leer lo que se me pegue la gana. Tenía pensado comenzar con algunos libros más mamones, por decirlo con fineza, pero cada vez que intentaba leerlos, sucedía lo que comenta Jzenflow en su entrada Lector al asedio: concentrarme era muy complicado. Mi mente divagaba en mil cosas, ninguna importante, y mi necesidad de tener el celular era como una basura en el ojo.
Ante este escenario, me di cuenta de que necesitaba una intervención, así que fui a que mis libros me juzgaran. Fueron bastante benévolos y, más que señalarme, me acogieron; cuando uno de ellos preguntó quién se postulaba para convertirse en la lectura que me reencontraría con el resto de las historias, La Mona Risa cayó del primer estante. Tomé esto como una señal y me fui a leerlo al sillón.
Este título es una antología de relatos de humor y algunos dirán: “Ah, pero el humor es muy subjetivo y lo que para mí es gracioso para ti puede no serlo, ¡jaque mate!”; en estos casos se responde con un sonoro “maldito aguafiestas” o el insulto ñoño de su preferencia. En cierto sentido es verdad, pero no nos meteremos en camisa de once varas, porque estoy segura de que el lector encontrará algo de su agrado en alguno de los 27 relatos que contiene esta antología.
Me agrada este libro por varias razones: es de bolsillo, lo editó Alfaguara, así que puedo doblarlo y hacerlo rollito y andar por ahí con él como si fuera un periódico y espantar las moscas; también tiene un buen ritmo, comienzas con algo suavecito que te dibuja una sonrisa leve para después ponerte más risueña hasta llegar al punto en el que sueltas una buena risa; además, me hizo darme cuenta de las sutilezas que tiene el humor y preguntarme sobre la selección de algunos relatos, quizá algunos podrían parecer más fantasiosos, pero es justo nuestra tarea como lectores reflexionar y encontrar las claves que nos ayuden a explicarnos algunas cuestiones. Por último, me gusta la portada, no tanto la composición a lo Andy Warhol, sino la caricatura de la Mona Lisa que se cubre para que no se den cuenta que se está riendo (dizque), me recordó a cuando estaba en la clase de latín y mi amiga Erika y yo reíamos a escondidas mientras escribíamos el horóscopo distópico.
El humor está muy ligado a la risa, pero no siempre ríes cuando algo es gracioso, a veces el estómago sonríe, ¿les ha pasado? Uno no ríe hacia fuera, pero algo en el interior burbujea con cierta complicidad (algunos dirán que son gases). Esta selección no pretende hacerte reír a carcajadas, porque como dice Pescetti (el antologador): “¿Y todo lo del humor que no tiene que ver con la risa?”. Estoy segura de que saben a qué se refiere, yo lo sé, aunque es difícil explicarlo, tiene que ver con las sutilezas que mencioné antes y los diferentes tonos alrededor de lo gracioso.
Esta selección de relatos prueba que en la literatura y en la vida existen muchas formas de enfrentarse al humor y puede que algunas nunca las hayamos experimentado. Me pasó a mí, por ejemplo, con el relato de “Giovanni y Andrea”, de Fontanarrosa, que te enternece lo torpes que son sus personajes; en esta tosquedad ingenua de la juventud, vista desde la adultez, es donde radica la gracia. Llamaría a esto humor adultocentrista… ja, ja, bueno, no. Una sorpresa grata fue el relato “Al nacer el día”, de Italo Calvino, que describe de forma tan dulce un fenómeno más bien violento, gracias a él descubrí el humor tierno. Por supuesto, no falta el humor absurdo, que te descoloca de buena gana y, al ponerte de cabeza, todo parece más real, de mis preferidos fueron “Correspondencia”, de Woody Allen; “El tesoro de la juventud”, de Julio cortázar; “La fe”, de Juan José Millás; y “El bodegón de las cebollas”, de Günter Grass. Este último con pinceladas de tragedia y no soy yo la primera que dice que hay algo de cómico en la tragedia humana y viceversa. Dignos representantes del humor satírico son “Caperucita roja”, de James Finn Garner y, mi preferido de toda la antología, “Los dinámicos”, de Míriam Alonso; ambos recurren al ridículo, el primero, de lo políticamente correcto, y el segundo, de la verborrea de los dirigentes en las tertulias o asambleas políticas.
Hay algunos relatos que son un misterio para mí, como “Patán d ls mns”, de Leo Masliah, y “Mi último contacto en Lima y mi contacto n.o 2 en Francia”, de Alfredo Bryce Echenique. ¿Qué les digo? No siempre entendemos todo, si alguien quiere explicarme, la sección de comentarios es suya.
En resumen, si necesitan, como yo, reencontrarse con las buenas historias y alejarse un rato del swipe up de su celular, La Mona Risa puede ser ese puente que los ayude a volver a casa, como bien dice Maryanne Wolf. Vayan a su librero o biblioteca o librería y déjense seducir por algún título, sin pretensiones, sin esperar nada a cambio, solo por el placer de leer. Es probable que pasen un buen rato y tengan algo que contar en la próxima reunión de egresados.