Literatura infantil: un refugio para los adultos

Hay ocasiones en que un lugar o un aroma te evocan un momento particular del pasado. La memoria, como ya lo he dicho, tiene esa facultad de regresarte a esos momentos que no son necesariamente lo que parecen, pero que te conectan con alguna emoción o sentimiento en particular. Todos gustamos de revivir esos instantes de supremo júbilo o implacable melancolía; y puedo apostar que, incluso, muchos de nosotros tenemos ese lado masoquista que nos hace volver una y otra vez a una época vergonzosa de nuestra historia. 

Ciertos recuerdos pueden convertirse en nuestros lugares felices, en un refugio o en el escaparate de nuestra inspiración. Ese lugar para mí se llama literatura infantil y cobra la forma de tradición oral, cuentos clásicos y modernos, historietas, novelas o álbumes infantiles.   

La literatura infantil, así como el lenguaje incluyente, es un nido de controversia. Hay quienes afirman que la categoría es frívola y que la producción asociada con este mote solo es el resultado de una sobreexplotación comercial, lo que la vuelve pueril. No es de sorprender que en las últimas décadas la producción de libros infantiles haya sido el resultado de la comercialización indiscriminada de obras que se ofrecen como literarias, pero que carecen de esta característica, pues resultan obras simples, sin imaginación, carentes de estructura y lenguaje retórico, asumiendo que el niño es incapaz de acceder al canon, el lenguaje y las normas literarias correspondientes. 

Pero la literatura infantil ha estado presente más tiempo que la polémica. Desde el siglo XVIII puede hablarse de literatura escrita para niños, pues es el momento en el que la infancia nace como categoría, la cual establece una diferencia con la vida adulta. La idea de la infancia permitió el reconocimiento de necesidades e intereses formativos particulares, con ello, la creación de textos dirigidos exclusivamente para los niños. [1]

Existen discrepancias acerca de la existencia misma de la literatura infantil, debido a que una obra no es necesariamente infantil si responde a ciertas características y valores, se dirige a un público específico o es parte de un determinado mercado editorial. Aún quedan por explorar diferentes dimensiones estéticas, sociales, formativas, recreativas, lingüísticas e intelectuales; mientras tanto, desde mi punto de vista sí existe una literatura infantil y hay extraordinarias joyas literarias esperándonos, si es que aún no llegamos a ellas.

Mi experiencia con la literatura empezó durante la infancia, se convirtió en ese espacio íntimo en el que la inocencia e ignorancia dieron como resultado un interés particular por ciertos libros e historias; lo que derivó en una obsesión por coleccionar libros infantiles en mi vida adulta. Libros que hoy releo y entiendo siempre de formas diferentes. Libros que me regresan a ese momento primigenio de felicidad e ingenuidad. Historias que me devuelven un poco de calma y fe por la humanidad. Obras que hoy muchos niños siguen disfrutando, pero que cualquiera puede disfrutar. Por eso, quiero recomendarles las siguientes.

El primer libro que recuerdo haber leído más de un millón de veces fue Don Contentón, pertenece a una colección llamada Los Señordones, editada para hablantes hispanos. Además de Don Contentón, había más personajes: Don Calladito, Dón Enojón, Don Travesuras, Don Flacuras, Don Eficiencias… Muchos, muchos años después descubrí que en realidad eran personajes ingleses, creados por Roger Hargreaves y que el título original de la colección es Mr. Men y Don Contentón es Mr. Happy. No sé si es porque sigo siendo una niña malcriada en el fondo o es la nostalgia o es que en verdad son libros sencillos que les hablan a todos. 

Las aventuras de Asterix y Obelix son una familia de historietas francesas que también me acompañaron durante la infancia. No sé cuántas veces leí La Cizaña, El adivino, La residencia de los dioses... Pero, ¡por Tutatis que me las sé de memoria!, también, por esa razón sé un poco de historia, un poco de latín y algo de cultura popular. Así es, no fue gracias a la escuela y si ahora estoy un poco majareta, quizá sea por influencia romana. 

Alicia en el país de las maravillas es una de las obras más versionadas en la historia de la literatura. Tiene sentido que sea así, es una obra maestra. Su autor, además, es controversial; es conocido que Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carrol), matemático y escritor británico, estaba enamorado de Alice Liddell, niña de 7 años en la que se inspira para escribir las aventuras de Alicia. Todos sabemos más o menos la historia: la curiosidad de Alicia la lleva a seguir a un conejo por su madriguera y a atravesar el espejo, medio año después de sus aventuras con la reina de corazones, hasta convertirse ella misma en una reina. 

Momo es una heroína olvidada. Y no comprendo cómo un personaje tan magistral y entrañable tenga tan poca popularidad en comparación con Alicia o Matilda. Novela creada gracias a la pluma de Michael Ende, escritor alemán especializado en literatura infantil, nos regala una novela de aventuras, comandada por una niña huérfana que vive sola en un anfiteatro. Sola, con su perspicacia y determinación, está decidida a terminar con las fechorías de los hombres grises. Momo es una perfecta alegoría de nuestros tiempos y de cómo nos autoexplotamos en nombre del bienestar. 

Juul, de Gregie de Maeyer Koen Vanmechelen, una obra bastante singular. No es popular y no pertenece a un autor reputado ni conocido. Podría decirse, incluso, que es una obra bastante controversial y no apta para niños. Inspirada en una noticia sobre un adolescente que se suicidó a los 13 años por sufrir maltrato por parte de otros niños, Juul es de esas historias que te deja con un hueco en el estómago y en el corazón, una historia que te deja una cicatriz sin querer.

La última recomendación… Yo te curaré, dijo el pequeño oso, así Janosh nos presenta un cuento que nos cura de todos nuestros males, al menos, durante los minutos en que leemos la historia de cómo el oso hace todo lo que está a su alcance para salvar al querido tigre de una extraña enfermedad; ¿quién no quisiera tener a Oso en sus vidas? Cada vez que leo este libro, una lágrima se escapa de mi ojo y siento que todos deberíamos experimentar esta sensación que es indescriptible. 

Es verdad que para llegar a las obras literarias se requiere de ciertos conocimientos e inteligencia para interpretarlas y abordarlas; que no están ahí solo para ser un artículo de placer. Independientemente de eso y de cualquier prescripción, las obras literarias y, en particular la literatura infantil, tienen esa facultad de representar una realidad compartida que es capaz de atizar la mente y develar el alma. 

Si nuestros queridos lectores nos quieren compartir sus obras infantiles favoritas, nos encantará leerlas e ir en busca de nuevos tesoros. 


[1] Teresa Colomer, Introducción a la literatura infantil y juvenil, Madrid: Síntesis, 1999.

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