Word Life o la dulce gamificación de la lengua


Aceptemos que a veces somos adictos a nuestro rectángulo ultrainteligente de bolsillo, lo utilizamos para cubrir cualquier resquicio de tiempo libre o para mitigar ansiedades. Cada quien decide a qué aplicaciones se vuelve aficionado, pero es común que ejércitos enteros de personas pase tiempo incontable en Candy Crush, Angry Birds, Flappy Bird, Plantas vs Zombies, y otras. 

Estos juegos siguen un modelo de negocio denominado freemium, lo que significa que el acceso es gratuito, pero el objetivo de los desarrolladores siempre será vendernos las mejoras, tanto a nivel superficial (skins y avatares) como en mejoras reales para jugar (poderes, armas, comodines). Esto representa un riesgo financiero para personas perfeccionistas o con problemas de obsesión compulsiva, además de que tienen rasgos adictivos que han sido estudiados desde hace tiempo.

Descendiente de esta dinastía de juegos llegó Word Life, cuyo reto principal es resolver crucigramas a partir de combinaciones de letras y puede jugarse en varias lenguas. En los niveles iniciales se otorga un conjunto de seis letras y, después, serán siete. Las palabras pueden ser el resultado de la combinación de todas las letras o sólo algunas. Cuando se acierta a las palabras del crucigrama aparecen y se acumulan los puntos correspondientes; cuando una palabra es válida, pero no es parte del crucigrama, se va a un banco de palabras que después se transforma en monedas acumuladas. Se puede saber el significado de las palabras adivinadas, pues se incluye su definición en el diccionario.

Si el usuario se atasca y no encuentra una palabra, es posible usar botones de ayuda, éstos pueden ser para revelar una letra al azar, una letra en específico o varias letras al mismo tiempo. Cuando se descubren varias palabras al hilo, se logra un combo, lo que significa una mayor cantidad de puntos, fallar una palabra significa perder la posibilidad de un combo; hay otra trampa que es una bomba en medio de una palabra que se debe adivinar en cinco intentos o cosas terribles suceden (se pierden moneditas, sniff). Cada nivel contiene veinte crucigramas.

Por supuesto, es posible comprar botones de ayuda, adornos para el perfil y otras ventajas con la magia de las tarjetas de crédito. También se organizan torneos en los que se tienen que resolver crucigramas intensivamente para lograr pequeños objetivos que luego se traducen en recompensas. Algunas de estas recompensas pueden obtenerse abriendo publicidad externa a la aplicación, estos comerciales son largos y tediosos, es un esfuerzo sincero de la empresa para que el usuario, finalmente, compre la opción de quitar la publicidad y sus sueños se hagan realidad. De igual forma, es posible jugar con conocidos que tengan la aplicación y así perder amistades por siempre.

Después de más de 300 niveles superados (y parece que hasta ahora tienen más de 6 mil), me doy cuenta de que el juego tiene algunas curiosidades dignas de mención. Por ejemplo, no se aceptan algunos localismos como «palta» o “metate” ni palabrotas como «cojones»; esto nos habla de una obvia censura para evitar a los padres la agonía de responder preguntas a los niños (“papá, ¿qué es un culo?”), y también hay una tendencia a no aceptar localismos.

Cuando comencé a jugar pensé que me aburriría pronto porque sería fácil deducir palabras en combinación de unas cuantas letras, pero me di cuenta de que siempre se pueden aprender nuevos vocablos. Ahora sé que existe la palabra «patena» o «amate», no sin antes querer arrojar mi teléfono por la ventana cuando no las pude deducir a la primera. 

Culpo levemente a este juego por algunos ataques de insomnio, pues me he obsesionado con encontrar esa última palabra que me permita alimentar a mi gato virtual para luego cobrar las monedas respectivas. A veces me frustro por no poder encontrar algunas palabras que luego resultan obvias, he usado botones para adivinar una palabra por pura pereza y el juego en general me hace dudar de mi vocabulario en ocasiones.

Esta aplicación es una metáfora de cómo una tarjeta de crédito decente te abre puertas y es la puerta de entrada a compras inverosímiles como avatares bonitos a los que no nos parecemos, con el afán de quitar la publicidad que el capitalismo en sí mismo genera (yeah, business!); o bien, a desarrollar la paciencia de ignorar comerciales y lograr los objetivos poco a poco, es decisión personal. Hasta ahora no he gastado un solo peso en Word Life y no tengo planes de hacerlo, aunque sí me encantaría que los ads fueran menos molestos.

¿Lo recomiendo? Sí, (desarrolladores de apps, pueden contactarnos). Puede llegar a ser una herramienta para ejercitar la memoria y la habilidad lingüística. No sé si llegará a ser el Candy Crush definitivo para nerds, pero nos ayuda a una de las cosas más importantes de la modernidad… Soportar la terrible sensación de entropía mientras esperamos a que llegue el siguiente transporte público. 

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